domingo, 29 de marzo de 2009

DESDE LA TERRAZA




El calor era abrasador, lo notaba sobre todo en sus rodillas encendidas y vibrantes. Por alguna misteriosa razón, Paula, tenía una especial sensibilidad en ellas. Recordó entonces como en el colegio, al inicio de la pubertad, el ligero escalofrío que sintió recorrer por su, ya entonces, rotundo cuerpo. Fue justo en el momento en que la enfermera le limpiaba suavemente con el algodón impregnado de agua oxigenada, y soplaba levemente sobre la herida de su rodilla. Al principio aquella situación le hizo ruborizarse, pero el tiempo, y la sensación tan placentera, le hizo abandonarse al mundo de los sentidos. Recordó lo mucho que empezó a caerse desde aquel momento…

Paula sonrió al pensar en aquellas pequeñas anécdotas de su adolescencia, sus sensaciones, los impulsos desbocados y desconcertantes. Esas primeras experiencias se mezclaban en el laberinto de la sensualidad, sentidos y sentimientos, algo completamente nuevo para ella.

Empezaba a notar el calor por todo su cuerpo, debía ser cerca del mediodía, ya casi era la hora. Paula se incorporó un poco en la hamaca, justo para quedar medio recostada y tener una visión perfecta del edificio de enfrente. Durante unos minutos acomodo su cuerpo en un ritual que le producía cierta excitación, sin duda por saberse observada. Con un spray de after sun calmante roció generosamente su cuerpo, después, con absoluta calma y suavidad, acarició sobre su piel el producto para que quedase bien repartido.
Primero, doblando sutilmente las piernas, masajeó sus pies para ir subiendo por sus gemelos, se recreó ávidamente en sus rodillas, mordiéndose un poco la punta de la lengua para no dejar escapar un suspiro de placer. Al llegar a sus caderas se ladeo ligeramente, a uno y otro lado, para repartir por sus redondos y amelocotonados glúteos parte de la crema, volviendo a colocar después bien su minúscula braguita. Su vientre temblaba ligeramente, tenía una graciosa forma de corazón que lo hacía de lo más sensual y atrayente. En su ombligo se agolpaban pequeñas gotas de sudor que se deslizaban sinuosas desde el canal que se habría entre sus arrogantes pechos. Cuando dejó de masajear sus senos, y saco las manos de debajo de su bikini, los pezones marcaban perfectamente las florecitas del sujetador. Para finalizar se recreó en sus contorneados hombros, jugando alrededor de su cuello como una niña, acarició sus brazos y masajeó, uno a uno sus dedos. No había un solo centímetro de su piel que no estuviera bien protegido.

Oyó las campanadas, eran las doce. Alargó la mano hasta la mesita que tenía cerca y cogió la gorra. Se la puso bien encajada en la cabeza, de forma que la visera le evitase el resol que había, se quitó las gafas y al dejarlas sobre la mesa cogió el botellín de agua. Tenía mucha sed, y ardía por dentro, así que bebió ávidamente mientras notaba como el agua caía y se desbordaba por las comisuras de sus labios, refrescando débilmente su pecho. Mientras cerraba la botella fue humedeciendo con la lengua sus labios, lentamente, para que quedasen hidratados ante el momento que iban a presenciar.

Con la última campanada vio como las láminas de bambú del amplio ventanal del 6º C se abrían por fin.
Puntual, como todos los jueves, Paul, así había decidido llamarle ella, entraba sudoroso en su apartamento. Volvía de su clase de Aero-Box, completamente empapado y sin un ápice de recato. Nada más entrar, y después de abrir las persianas que daban entrada a todo el apartamento, se quitaba camiseta y zapatillas, y de esa manera se dirigía a la cocina, allí, meticulosamente, se preparaba un concentrado de proteína, vitaminas y varios reconstituyentes. Durante ese proceso, Paula, podía recrearse con su espalda. Realmente toda ella era perfecta, desde su cuello ancho, pétreo, pero distinguido, como de sus hombros, que marcaban fibrosamente cada pequeño musculo sin exageración posible. Después bajaba admirando la precisión casi Davidiana de sus dorsales, como subrayaban perfectamente su columna, para terminar en la frontera de esos esculpidos lumbares que eran la presentación de su duro glúteo. Porque lo que tenia realmente como una piedra era su culo. A ella le encantaba cuando él, en un acto totalmente “inocente”, se recostaba sobre la repisa a ojear el periódico y dejaba completamente exhibida esa parte, además, solía llevar un pantalón de deporte que dejaba poco a la imaginación, y Paula tenía mucha.
Después de eso se daba una ducha rápida, y fresco, mojado y completamente desnudo, se recostaba en el sofá, sobre el que había extendido una amplia toalla de color vainilla. Aquello contrastaba con el moreno dorado de su piel, Paola estaba convencida de que era brasileño, al menos eso también es lo que ella había decidido. Una vez tirado sobre la toalla se dedicaba a repasar las llamadas de su móvil, y a devolver algunas. Durante ese tiempo, Paula, saboreaba cada movimiento de él como si fuesen los suyos. Observaba como las gotas de agua resbalaban por su torso bien definido y depilado a la perfección, veía como sus oblicuos remarcaban con total precisión su erecto pene, parecía increíble que después de aquella ducha su miembro estuviera tan firme y dispuesto. Aquello también había convencido a Paula de que él era un gigoló.
Comenzaba a sentir una cierta agitación, su respiración se aceleraba débilmente, quizás por el calor que ya casi asfixiaba como por la excitación que sentía ante aquella escena. Solo la voz de Carol le hizo volver a la realidad.
--Paula, ya son las doce y media --la ayudante se acercó decidida cruzando toda la terraza--, ¿Te parece que vayamos dentro?
--¡Ah!, si querida, vayamos dentro. --Paula volvió a colocarse las gafas.
Carol acerco la silla de ruedas y, con un movimiento enérgico y delicado, cogió a Paula y la puso sobre ella.
--¿Qué tal esta mañana, interesante? –La joven pregunto mientras giraba la silla hacia la entrada de la casa--. ¿Quién tocaba hoy?, ¿4ºB, 5ºC o alguno nuevo?
--Paul, el del 6º C, ese chico me pone…
Carol comenzó a dirigirse hacia la entrada de la casa, justo antes de entrar se volvió y miró hacia el edificio de enfrente, su gran pared decorada únicamente con un enorme cartel publicitario le hizo sonreír. Llevaba con Paula desde que ésta había tenido el accidente y había perdido movilidad y visión, aunque estaba claro que ella tenía una visión propia del mundo.
--Tengo las rodillas ardiendo, cielo, ¿me darás crema en ellas?, ¿sí? –la voz de Paula sonaba melosa mientras alarga su mano hacia atrás en busca de la muchacha--. Ya sabes que sin tí no puedo hacer nada.
--Claro, Paula, no te preocupes…--La joven siguió sonriendo con risueña picardía.




Marzo 2008

INTIMIDAD

Aún recuerdo la primera vez, el tacto de sus dedos sobre mi piel, la suave caricia de sus manos recorriéndome, queriendo deleitarse en cada centímetro de ella antes de empezar. Su cara reflejaba una felicidad inocente e ingenua, su curiosidad hacia que mordiese débilmente su labio inferior como queriendo recrearse en ese momento, también para ella era su primera vez. Yo ansiaba el momento pero sabía que ella necesitaba tiempo, que, como mas tarde descubriría, necesitaba seguir un protocolo, tal vez un juego iniciático.
Recorrió una vez mas todo mi contorno, me miro de nuevo, esta vez su mirada reflejaba una clara determinación; ya no quería esperar mas, me acomodo suavemente sobre su cama, de un cajón de la mesilla cogió algo que no llegue a ver en aquel momento, y se recostó a mi lado. Posó su delicada mano sobre mí, y por fin, abrió la cubierta de piel de su primer diario, sobre aquella inmaculada hoja grabo con su rotulador rosa brillante su nombre, Angélica. Una gran sonrisa ilumino su cara. En aquel instante comenzaba la más íntima y fiel amistad entre nosotros, algo que duraría toda una vida. Claro que habría momentos para todo, felicidad, complicidad, retos, el amor, el desengaño, tristeza, desolación, hasta el olvido, pero siempre el reencuentro.

Yo fui el primero, y quiero pensar que el mas importante, su padre me entrego a ella como regalo en su decimocuarto cumpleaños, era una linda jovencita de larga melena melada, fina nariz y dedos alargados, que comenzaba a descubrir el mundo, sus sensaciones, los anhelos y los peligros, toda esa vorágine que envuelve al aprendiz de persona, que le desorienta, le anima, le hunde y eleva al cielo en una espiral de emociones y golpes.
Recuerdo sus primeras confesiones, ingenuas y transparentes, todo versaba alrededor de su pequeño mundo; su familia, con la pequeña Clara recién llegada, sus amigas, el colegio, su afición al patinaje, que tantas ilusiones y sacrificios traería, sus primeras inquietudes… en fin, pequeños-grandes secretos, todo era cuestión de tiempo. Y el tiempo pasó, bastaron apenas unos meses para que su mundo, nuestro mundo, diera el primer vuelco. El amor entró con toda su fuerza y con él un torrente de nuevas sensaciones desconocidas que ansiaba descubrir entre curiosidad y temor.
Aquella noche, mientras escribía sobre mí, notaba su excitación impresa en mi papel, aquel muchacho le había mirado como nunca nadie lo había hecho, aunque desconocía el porque de tal turbación, su corazón se había acelerado, sus mejillas sonrojado, y sus amigas riéndose con ella sin saber de qué ¡y se sentía feliz!, ¿Qué raro? normalmente le fastidiaba que los chicos la molestasen…inocente despertar.

Noche tras noche fuí fiel depositario de sus más íntimas vivencias, de deseos que solo a mí confesaba. Aquel primer roce de sus manos en la pizarra, la premeditada confusión en las bebidas del burger, el paseo en silencio hasta la esquina de casa.
Ya en verano su primer beso, limpio y fugaz, detrás de la fuente del parque, el sonido del agua al caer hacía que todo alrededor se detuviese en ese justo instante. Aquel verano fue el más calido, y el más corto.
Noté el agua, pero no, eran sus lágrimas. Llegó el otoño, ya nada era igual, la distancia, otra ciudad y su corazón descubrió el primer dolor, ese que hace a los humanos tan frágiles, tan indefensos a todo, el desamor.
La tristeza se adueñó de nosotros, vió pasar los días, las semanas, grises, con niebla en el alma, hubiera querido acariciar su cara con mis hojas pero era fiel amigo en silencio.

Todo, poco a poco, retomó de nuevo su curso.
La victoria; esa alegría pletórica cargada de euforia y desbordantes risotadas. Nuestro primer triunfo, y digo nuestro porque yo compartí como nadie toda su lucha, sus agotadoras horas de entrenamiento, sus privaciones, sus fantasiosos sueños de gloria y superación. ¡Que dulce fue aquella primera medalla! vi como sentía el universo girar a su alrededor, nuevos retos, grandes promesas y un largo camino por recorrer.
Pero también conocimos el dolor, la frustración, el frio muro que corta el paso a las aspiraciones. Aquella lesión se llevo su mundo, y parte del mío.
Yo también sentí ese dolor, no solo el suyo. En su penar, dentro de su desesperación arrancó aquellas páginas en las que guardábamos los planes a seguir, las ilusiones truncadas, las pruebas de lo que ya no sería…
Por primera vez aquel dolor era el mío, me sentía mutilado, desconcertado ante aquel tormento injustificado ¿Por qué me dañaba quien tenia mi devoción depositada? Durante semanas no quiso saber de mí, y yo, tal vez no quería que volviese a tocarme.

Volvió, y yo no supe negarme, quizás por su mirada, mas profunda, menos niña, o tal vez sus dedos que de nuevo me acariciaban…

De nuevo el tiempo fue pasando entre los dos, y con él llegaba mi fin, las páginas repletas de ella se agolpaban unidas a otras añadidas. Engorde, ya casi no podía cerrar mis tapas, así llegaron los demás, también queridos, pero siempre después de mí.

Yo seré siempre el primero, aquel que compartió su despertar, el primer beso, la perdida de la inocencia, la voluntad férrea, la humanidad de su alma…sus primeros pasos en la vida. Y, cuando quiera volver la vista atrás, siempre volverá a mí.




Noviembre 2007