martes, 17 de febrero de 2009

LO QUE VEO AL MIRARTE


Todas las mañanas paseaba al perro, le gustaba hacerlo temprano, por la playa; así disfrutaba del amanecer casi en soledad y tenía tiempo de pensar en sus cosas y planificar el día. Hoy se encontraba especialmente turbado, sabía que tendría que tomar una decisión, antes de que acabase la jornada debería aclarar finalmente la situación. Sentado en una tumbona olvidada, acariciando el suave pelaje del animal, perdió la vista en el mar; aquella playa malagueña era su mejor refugio.

No era habitual que ella madrugase tanto. Hoy debía hacer varios recados y necesitaba toda la mañana para ello, así que se levantó temprano. Recogió su rubia melena en una coleta alta, se puso un traje pantalón marengo con una blusa de Chantilly y unas cómodas sandalias de medio tacón. Buscó sobre la cómoda, a tientas, su agenda, la metió en su bolso preferido, y sin hacer ruido, salió a oscuras del dormitorio. En una de las camas dormía profundamente su compañera de habitación.

Davit abría todas las mañanas la cafetería, solo libraba los domingos, eso le gustaba a Laura, pues era el día en que ella no iba a desayunar allí, y es que ella era de costumbres fijas y le molestaban los cambios en su rutina diaria.
Cuando entró tan apenas había dos o tres clientes, las primeras horas de la mañana solían ser un ir y venir de los habituales, gente que compartía unos momentos anónimos en compañía del resto.
--¡Buenos días Laura! ¿Manchado con bollete? –Davit apoyó las dos manos en la barra mientras le preguntaba sonriente.
--Cómo negarme ante una sonrisa como la tuya… --Laura le devolvió la sonrisa mientras se sentaba en el final de la barra, al lado del teléfono de monedas que había pegado a la pared--. Un día me tienes que decir qué haces para estar tan alegre ya de mañana –le preguntó frunciendo divertida el ceño a la vez que sacaba de la bandolera su inseparable libreta de tapas duras y un curioso bolígrafo rojo, con un Winnie the Pooh entre plumitas, que le había regalado un profesor suyo tiempo atrás y que utilizaba como talismán.
--¡Ja, ja! ¡Soñar contigo guapa!
Laura lo miró mientras iba hacia la cafetera. Se fijó en sus pantalones, hoy no llevaba los negros del uniforme; eran unos chinos color chocolate con unas pequeñas pinzas planchadas, además llevaba unos mocasines, también marrones, que parecían nuevos. Davit no era un chico excesivamente atractivo, pero sí muy agradable. Su trato era excelente, recordaba los gustos de cada cliente, incluso de los que venían de forma esporádica, se notaba que era un profesional de la hostelería, por eso le extraño ese cambio en la indumentaria, no iba con su tarea.

Silvana, antes de entrar en la cafetería, acaricio al cocker negro que había atado en la entrada, tenía el pelaje brillante y suave, y las patas llenas de arena. Echado sobre la acera olisqueaba a todo aquel que se le acercaba, esperando tranquilo a que su dueño saliese.
Se puso en la barra, junto a la cristalera, le agradaba ese sitio por la luz que entraba, le gustaba mucho por las mañanas; su luminosidad, la vida que transcurría. Por norma no podía disfrutar de esos placeres tan mundanos.
Sacó la agenda y el móvil justo cuando Davit le trajo el zumo de naranja.
--¡Gracias cielo! –le dio un sorbo antes de continuar--, ¿me preparas una tostada? ¡Hoy estoy hambrienta!
--¡Menudo exceso! –comentó en tono de broma, y se volvió hacia Pepe que se encontraba sentado dos taburetes más a la derecha de ella.
--Allí tienes el periódico –le dijo a media voz indicándole, con la mirada, una mesa del fondo--, acaban de dejarlo libre.
--Gracias Davit –se levantó y fue a buscarlo.
Davit vio que había terminado el café.
--Pepe, ¿te pongo otro? –preguntó con la taza vacía en la mano sin esperar respuesta alguna.
Desde el otro lado de la barra, Laura, miraba la escena.
Llevaba casi dos meses viendo todas las mañanas a Pepe, sabía que se llamaba así porque Davit se dirigía a él por su nombre, como si compartiesen algo más de intimidad. Tomaba tres cafés, solo eso.
Era un hombre jovial, de unos cuarenta y pocos, ropa sport, pero con un toque de dandi del sur, siempre llevaba las camisas planchadas de forma impecable e inexcusablemente de lino, además, sorprendía la estupenda complexión física que tenía. Otro detalle que a Laura le parecía curioso era que, ya tan temprano, llevaba el pelo bien engominado, como si siempre estuviese recién salido de la ducha. No le cabía la menor duda de que gestionaba alguno de los macro-gimnasios que había por la zona. Seguro que antes de ir al trabajo hacía footing con su perro, siempre lo traía feliz y lleno de arena.
Laura estaba escribiendo algo en su cuaderno cuando Davit se acercó, le retiró la vajilla usada y le puso otro machado, éste con la leche fría.
--Tienes una memoria prodigiosa –comentó ella mientras mordía la punta del bolígrafo--, supongo que en este trabajo es algo necesario, ¿no?
--La verdad es que no viene mal –se quedó pensando unos segundos, como si quisiera hacerle una confesión--, en fin, lo cierto es que me ha ayudado bastante.
El chico se dio media vuelta y siguió atendiendo la barra. Sin duda, pensó Laura, Davit era un buen profesional, parecía “criado” detrás de la barra, lo más probable fuera que este fuese el negocio familiar.
Laura levantó la mirada hacia la cristalera. Silvana, la chica que había entrado hacia un rato hablaba por el móvil. Solía venir cada dos semanas, la última vez utilizó el teléfono del bar porque el suyo se había quedado sin batería, fue una conversación corta, casi como un mensaje; “Sí, soy Silvana, haré la transferencia a mitad de mañana.”
Era una chica preciosa, de largo pelo rubio, natural, parecía extranjera, quizás del norte de Europa, su voz sonaba dulce y melodiosa; era educada, o más bien, correcta. Siempre vestía con traje de chaqueta; hoy llevaba una delicada blusa de Chantilly de color crudo que realzaba más su sonrosada piel.
Pasaba unos quince o veinte minutos haciendo llamadas, miraba las hojas de su agenda metódicamente, y repasaba una y otra vez el planning de su calendario. Varias empresas estaban en expansión por la zona, si era comercial de alguna de ellas era lógica esa rutina quincenal.
Laura recogió sus cosas en la bandolera, sacó su monedero; una bolsita de cuero con flecos, la gran mayoría parecían raídos, pero era una de esas cosas de las que no te puedes desprenderse porque forman parte de tu vida.
--¡Cóbrame quillo! –gritó en broma blandiendo un billete a modo de pañuelo.
Davit se acercó secándose las manos en el mandil que llevaba puesto. Ahora el bar estaba casi lleno, era el momento en que confluían los que marchaban al trabajo, las mamis sin niños y los funcionarios con su primer desayuno. Había pocas caras nuevas, casi todo era rutina y sucesos previsibles. Todo tan conocido como incógnito.
--¿A trabajar? –inquirió a Laura mientras ésta se cruzaba la bandolera sobre la camiseta que llevaba, y que hacía que su pecho pareciese más voluminoso de lo que ya era.
--Sí, hoy me espera un día completito –la voz de ella sonaba cantarina--. Bueno, me voy del tirón al super –le lanzó un beso con la mano y salió a paso ligero del local.
Davit se acercó a Pepe que aún seguía sentado en la barra leyendo el periódico.
--Esta niña debe llegar siempre tarde –comentó mientras miraba la hora--, son más de las nueve y media y ahora marcha para el supermercado, como sea la cajera, el encargado debe estar contento con ella…
Se miraron con cómica complicidad.
--¿Y tú, encuentras algo en las ofertas de empleo? –preguntó a Pepe que lo miraba ensimismado.
--La verdad es que no sé lo que busco –cerró el periódico y cogió aire--. Además esta semana me han embargado todos los coches, no puedo ni entregar los que vendí hace dos días –su voz se ahogó en un silencio, tragó saliva y prosiguió--, lo peor es que ya me gasté las señales que me dieron.
Davit no sabía qué decirle, lo conocía desde algo más de tres años, siempre estaba liado con negocios “chollos” de dudosa rentabilidad, pero quizás esta era la ocasión que más apurado le había visto, incluso diría que desbordado por ella.
--¿Todavía no saben nada en casa? –preguntó sin mucho énfasis.
--No, y no sé como soltarlo –Pepe quiso cambiar el rumbo de la conversación--. ¿Hoy tienes la entrevista, verdad?
El chico se dio cuenta de que no quería seguir hablando de su situación, así que le contó los planes que tenía ese día.
--Saldré un par de horas antes –hablaba sonriendo, feliz de poder dar una buena noticia--, vine preparado para ir directamente a la reunión –Davit dio un paso atrás y alzó las manos para mostrándole su atuendo--, esta es la última entrevista, y si todo va bien, en unas semanas me incorporaré a las oficinas de Oslo.
--¡Chico, dudo que encuentren un ingeniero de prospecciones mejor que tú! –las palabras de Pepe eran sinceras, tenía un gran cariño a Davit, casi como un hijo, tal vez porque él solo tenía hijas, ¡y cuatro, nada menos!
--En fin, ya te contaré –lo miró a los ojos y continuó--, y tú no dejes más este asunto, háblalo con tu mujer, será lo mejor.
Pepe asintió, mudo, con la cabeza, sacó unas monedas del bolsillo trasero de su pantalón, y dejándolas en la barra se fue sin decir nada. Ya fuera se detuvo un instante a acariciar al perro, éste le saludó, feliz, lamiéndole la cara y moviendo frenéticamente el rabo, lo desató y caminaron pausadamente hacia el Jeep.

Davit siguió la faena, en el rincón que Silvana había ocupado se encontraba ahora un cliente esperando. Mientras le preguntaba lo que quería recogió la vajilla; bien ordenada y con la propina debajo de la taza, como siempre le dejaba la chica.

Estaba delante de la puerta, no acertaba a encontrar las llaves, Laura tuvo que dejar las bolsas en el suelo y rebuscar en su bandolera; las tenía dentro del monedero y éste se resistía a ser hallado. Cuando logró abrir, su gato salió disparado al rellano.
--¡A ver Bolita, vuelva usted pa’dentro! --le dijo cariñosa al enorme gato negro que afilaba las uñas en la alfombrilla de su vecino--, un día de estos Manuel te va hacer morcillas –le susurró al minino mientras lo cogía y miraba la puerta de su vecino.
Cuando logró meter bolsas y gato, cerró la puerta, dejó sobre la mesita de la entrada las llaves y el monedero y llevó todo lo demás al salón. Bolita aprovechó la ocasión para, de un salto, subirse en la mesita y mordisquear los flecos del monedero.
Laura vivía en un estudio, la sala era un comedor con una pequeña cocina americana, estaba separada de la entrada por un biombo de tres piezas, y un solo dormitorio con una gran terraza que llegaba hasta la sala.
Una vez allí encendió el ordenador que tenía sobre la mesa, sacó la libreta de tapas duras y la abrió por la página donde hoy había recogido tantas anotaciones, como le había dicho a Davit, hoy tenía un día completito; tenía muchos datos y quería darles forma para poder integrarlos adecuadamente al relato que estaba escribiendo. Por ese motivo hizo la compra antes de volver a casa, después de desayunar en la misma cafetería de cada mañana, no quería tener que salir en todo el día y así poder darle un buen tirón a la novela.

Eran cerca de las cinco de la tarde, el cielo comenzaba a tomar colores tornasolados que se mezclaban con el verde azulado del mar. Silvana daba los últimos retoques a su maquillaje, hacía un momento se había vestido y solo un suave gloos puso fin a su embellecimiento.
Se encontraba sola en la habitación, así que cuando se dio el visto bueno repasó todo con la mirada, segura de que el cuarto estaba en orden miró una vez más por la ventana, la luz le dio el último impulso para afrontar la jornada. Cuando abriese de nuevo esa ventana la oscuridad reinaría por completo, sin pensarlo más la cerró y corrió las tupidas cortinas.
Cuando Silvana bajó a la sala del local, el letrero luminoso de la entrada se encendió, varias chicas tomaban posiciones en la barra, los camareros terminaban de colocar algunas botellas y el encargado del club supervisaba los últimos detalles del nuevo sistema de vigilancia.
La puerta se abrió, débilmente entró un rayo de luz que acompañó al hombre que le precedía, decidido cruzó la sala y se parapetó en un rincón de la barra. Llamaba la atención con aquella camisa de lino tan impecable, y sobre todo por su pelo engominado. Durante unos minutos miró de reojo a las chicas, después flirteo abiertamente con una para al final invitarla a una copa.
Hablaron a media voz riendo casi en cada frase, la sala ya estaba concurrida cuando desaparecieron camino de la habitación de ella.
--Tienes que tratarme bien guapa –la voz de él sonaba melosa--, acaban de echarme de casa mi mujer y mis hijas –ahora su voz intentaba aparentar indiferencia-- ¡hasta el perro se han quedado!
Llegaron a la habitación, la chica encendió una tenue luz y una suave música que provocaba a la relajación.
--Silvana, ¿Es Silvana, verdad? –él se acerco como un niño--, esto es la primera vez que lo hago…
--Claro cielo, claro –la joven le rodeó el cuello con sus brazos--, lo entiendo, todo irá bien.



Enero 2009

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