martes, 17 de febrero de 2009

LUNAS DE SATURNO




Cuando la vio por primera vez sintió como un cortocircuito le recorría por entero. Aquella era una sensación nueva para él, la reconoció por haberla apreciado en otros, recordaba cada palabra transmitida por aquellos hombres en la soledad compartida, incluso tenía información suficiente sobre ella; nunca imaginó sentir algo así, es más, nunca imaginó sentir.

Procesó lentamente sus recuerdos, le pareció algo inverosímil…recuerdos.

Su primera visión de ella había sido entrando en el hangar, manipulando hábilmente una pesada carga, le sorprendió, sabia que pertenecía a la unidad encargada del suministro y abastecimiento de las naves, pero los de su categoría hacía tiempo que habían sido apartados de esos trabajos.
Él era supervisor del área 3B, responsable del mantenimiento de dichos aparatos, y la última unidad enviada allí. Además, ostentaba un rango superior.
Aún podía ver el reflejo de las estrellas en ella, de miles de nebulosas centelleantes estallando en torno a sí, y como, cuando se giro hacia él, su intensa mirada azul le atravesó produciéndole un autentico recalentón. Tuvo que estar varias horas fuera del hangar para bajar su temperatura o hubiese sufrido un colapso.

Días después, ella, le sorprendió observándole. Tenía una eficacia extrema en todo lo que hacía, sus brazos se movían ágilmente entre cajas y herramientas, y sus pinzas eran de tal precisión que hasta las más mínimas piezas eran manejadas con increíble soltura. Su fisonomía era conforme a los primeros androides que se crearon; un autómata humanoide de base biónica, pero sus acabados reflejaban una exquisita dedicación en su cuidado y reparación, seguramente su mecánico-base era de la antigua escuela.
Se desplazaba tan suavemente que parecía que flotaba sobre un campo magnético. Su estructura era una delicada mezcla de diversas aleaciones, fruto de los primeros experimentos con metales de otros planetas; y aquellos refinados toques de cerámica plutoniana, sí, eso le confería un aire casi imperial, clásico de los primeros modelos.
Le gustaba mirarla, sobre todo cuando hacía los trabajos de descarga de las naves. Aquel era justo el momento en que, encontrándose en el exterior, quedaba realzada sobre las estrellas…Saturno parecía girar solo por y para ella.

Durante las semanas que pasó en la base estuvo muy pendiente de ella, se escudaba en su rango y en una, en aquel momento, obsesiva dedicación a su cometido.
Cibor-Nex 34 había sido creado bajo unas claras premisas; facilitar el trabajo técnico y mecánico en las bases exteriores, y tener la facultad de poder interactuar con los humanos.
Los Cibor-Nex era la última generación de ciborgs con los avances más sobresalientes, tanto en biotecnología como en cibernética. Su estructura era casi inalterable, no solo por el tiempo, sino ante posibles accidentes. Tenían la capacidad de reestructurar sus formas molecularmente sin ninguna ayuda externa. Su aspecto era ya tan humano que se relacionaban de forma fluida con ellos, eso les daba la oportunidad de captar matices y sentimientos que habían sido insertados, básica y deliberadamente, en su sistema. La intención era que desarrollasen individualmente, y de forma espontanea, una personalidad, produciendo así ciertas reacciones “naturales” diferentes en cada uno de ellos. De alguna manera, su humanidad.

A Cibor-Nex 34 le gustaba pasar horas inspeccionando las naves, había creado un vínculo directo con cada una de ellas y sus tripulantes, alguno de aquellos hombres llegaban a olvidar que, él, era un ciborg. Solían contarle sus más íntimos anhelos, sus frustraciones y esperanzas, él escuchaba, pero ahora sentía lo que otras veces había visto reflejado en el interior de aquellos hombres.

Cuando Bión-100, ese era el código que a ella se le había asignado, caminaba junto a él, parecía ralentizar su paso; sus movimientos se hacían más lentos y suaves, como si el tiempo se hubiese detenido para el deleite del universo.
Él la contemplaba con el mismo éxtasis que había sentido la primera vez que llegó a las puertas de Orión. Le invadía una sensación completamente nueva, el placer que solo los sentimientos inexplicables podían producir.
Bión-100 parecía sentir lo mismo, prácticamente había reducido su trabajo al entorno en el que Cibor-Nex 34 se movía, y aunque no intercambiasen palabras, pues no era una función que ella tuviese programada, sí intercambiaban datos con sus lectores de láser. Las horas parecían ser pequeños saltos en el espacio, momentos que ya nada borraría en toda la eternidad.

Aquel día, tras semanas de expectantes descubrimientos, el cargamento recién llegado tenía que ser descargado con cierta rapidez, la nave de suministro debía salir con premura hacia la siguiente base que se encontraba en estado de emergencia.
El hangar era un torbellino de personal afanándose por minimizar el tiempo de evacuación, Bión-100 se encontraba en el exterior apilando contenedores estancos con la ayuda de un titán, las prisas, una suspensión mal calculada, la fatalidad…
Todo transcurrió en unos segundos.
Cuando Cibor-Nex 34 llegó hasta ella solo pudo ver su mirada buscándole bajo aquellos hierros retorcidos, la grúa había aplastado casi la totalidad del cuerpo, solo su cabeza, y uno de sus brazos, luchaba por liberarse.
Él, desconcertado ante algo que no sabía explicar, se arrodilló a su lado, sintiendo que su sistema energético perdía intensidad, incapaz de procesar aquello. Comprendió que solo podía hacer una cosa: tomó su pinza suavemente entre sus manos, fundieron sus miradas más allá de sus procesadores, intercambiando por vez primera un sentimiento, al menos, es lo que él determinó tiempo después.
Allí, bajo aquellas estrellas que un día la trajeron a él, cambiando definitivamente su concepto del universo; la desconectó.
Su mirada azul fue desvaneciéndose en la inmensidad, en el último segundo, antes de apagarse, un hilo de intensidad cruzó entre ellos; era la imagen que ella veía en su final, Saturno…sus lunas…el infinito…

Ya habían pasado más de veinte años, o tal vez un siglo, a Cibor-Nex 34 el tiempo siempre le parecía el mismo.
Ahora, sentado sobre las dunas de aquel recóndito planeta, atrapado, viendo cómo aquella llameante estrella se aproximaba hacia ellos, pensó en Bión-100, y supo que las lunas de Saturno nunca fueron más bellas que cuando las vio reflejadas en su mirada.


Diciembre 2008

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, es un buen arranque el tener el alma del pasado verano lleno de letras en Ranillas, larga vida tenga...

PHAROS dijo...

ME FASCINA, HACE TIEMPO QUE NO LEEIA NOVELA FUTURISTA GRACIAS
BEGO MI MONTAÑERA

anhelo.graphicdesign dijo...

nunca se muy bien que hay que escribir en los comentarios, una pequeña critica, un saludo, un elogio...
de tu texto solo dire diferente.